Hoy mamá se ha despertado con cara de careta, esa que pone cuando su cabeza se transforma en noria y los pensamientos no paran de dar vueltas. Así que mejor la dejo que escriba hasta que se baje el último, si no, no habrá espacio para que suban los cuentos…

Tenía ganas de contar muchas cosas y creo que ahora es el momento adecuado.
En Abril, cuando me citaron para recoger las notas de mi hija Luna de cinco años me entregaron tres documentos, tres tipos de calificaciones distintas: las calificaciones de Séneca, un boletín adaptado y otro “normal”.
Las que había realizado su tutora eran las notas “normales”. Había tenido la brillante idea de evaluarla igual que al resto de compañeros de su aula. Algo maravilloso, teniendo en cuenta que los demás niños no tienen Síndrome de Angelman, y tienen lenguaje oral, y pueden expresar por qué pintan un cuadrado cuando se les ha pedido un círculo o por qué dejan de colorear una ficha simplemente porque se aburren. (Lo normal en la infancia de cualquier niño).
Mi cara era un poema, cómo podéis imaginar. 😳😳😳
Sé que por ley, en Educación Infantil no es requisito administrativo entregar boletines de notas, pero ¿dónde está la ética profesional?
Tampoco es necesario que salude a mis vecinos cuando me los cruzo en el portal, pero vivimos en sociedad y saludar es ético, hermoso, amigable y, sobre todo, respetuoso.
El RESPETO hacia los demás es la base de la Educación.
Cuando yo recibo tres tipos de evaluaciones distintas (que tengo que agradecer porque, repito, no es obligación legal de los docentes), ¿qué tengo que pensar?
Pues lo diré muy claro: siento que NO se está respetando a mi hija y que se vulneran sus derechos fundamentales.
Escuchaba ayer tarde muy atenta a mi querido
Nacho Calderón recordarnos que “La educación no hay que merecerla”.
Es agotador que Luna tenga que demostrar constantemente que “se porta correctamente” en clase haciendo lo que toca, (si son 2 horas perfilando números en una fichita blanca sin que nadie le explique su utilidad, mejor) o que mantiene la atención de 9 a 15h, tan inerte como los muebles donde se guardan los puzzles o la plastilina.
Demostrar, demostrar, demostrar…
No sé hasta cuando “los maestros vocacionales” (de Infantil o Primaria) que se han formado desde el minuto uno sabiendo que su destino estará unido al de sus alumnos entenderán algunas cosas, a mi parecer, vitales: La Inclusión no consiste en evaluar a los niños con necesidades educativas especiales como al resto del grupo clase, 😳😳😳, sino en hacer accesibles los contenidos y tener muy en cuenta el proceso de aprendizaje (que en el caso de nuestros hijos es mucho más importante que el resultado final; un minipasito de Luna es tan increíble como viajar al espacio), que hay numerosas formas de demostrar que se poseen conocimientos matemáticos o habilidades lingüísticas (y que no consisten en contar y escribir los números del uno al diez, o memorizar y recitar un poema). Y, sobre todo, que adaptar los contenidos no es bajar el nivel, y que un niño con necesidades especiales de cuarto de primaria trabaje con un libro de segundo de primaria. Adaptar significa ofrecerle a este niño las herramientas y los recursos necesarios para explicar los mismos contenidos que al resto de sus compañeros.
¿Parecen cuestiones fáciles, verdad?
Pues os aseguro que NO lo son.
Cuantas veces habremos escuchado el típico “Fulanito no para quieto ni un segundo. Se porta fatal”. ¿Sabéis por qué se porta fatal? Porque la fatalidad es dejar de hacer lo que pide el maestro aunque no se esté atendiendo a las necesidades de cada niño y porque “La Institución” no tolera que se cuestione la dinámica del aula.
¡Los niños son exploradores!, queridos docentes. Venga, vamos a decirle a Indiana Jones que descubra sus tesoros con un viaje astral…
A mí me gusta pensar en Luna como Luna, no en lo que los demás han escrito sobre el Síndrome de Angelman.
Luna es perfecta.
Luna no está enferma.
La discapacidad no está en ella.
A ella no le duele ni le molesta ninguna discapacidad.
A quien le duele, a quien le molesta, no es a ella. Es al resto de personas que no perciben la diferencia como riqueza, como necesidad vital.
Si la discapacidad estuviera en ella, yo no podría hacer nada, no podría intervenir en ella.
Pero creo firmemente en la preciosa reflexión que hace el maestro Calderón: La discapacidad está entre dos cuerpos.
Confirmo que la Discapacidad/ la desigualdad de Luna está entre su cuerpo y el mío. Justo ahí, en la mitad, en la SOCIEDAD que las dos habitamos.
Y ahí sí puedo intervenir. Puedo pedir una Educación justa, museos, teatros y parques accesibles. Asistentes personales pagados como el resto del profesorado por las Administraciones Públicas, premios a la excelencia del esfuerzo y la constancia, y un futuro laboral lleno de posibilidades.
Y en eso, andamos.
Siempre, siempre, sin perder nuestra maravillosa sonrisa.
Feliz miércoles, amigos.

Ana Robles Amaya, madre de Luna.
http://hazelcolorynolaguerra.blogspot.com.es/2017/04/entre-tu-y-yo.html?m=1