Viví sin diagnóstico casi toda mi vida, hasta que nació mi primer hijo, Constantino. En primer grado me quedaba en un rincón durante el recreo, no quería hablar con nadie, entonces llamaron a mi mamá, que es psicoanalista. Hice terapia y le dijeron que tenía pensamiento divergente. Ella me exigía de una forma muy conductista y eso me ayudó.
Siempre tuve una dificultad social, pero compensaba con el estudio. Mi mamá me hacía faltar los viernes al colegio para que no tuviera excusas de ir a bailar. El ruido ambiente en general me molesta, si no me nombran específicamente las cosas no las entiendo: es tanto el esfuerzo que a lo mejor me quedo en casa. Con mi grupo de amigas soy muy reservada. No voy contenta a tomar el té, pero una vez ahí la paso bien.
La parte profesional me fue más fácil. Estudié biología en la UBA, que tiene un sistema de tutores, y la mía fue una suerte de “maestra integradora”. Me dedico a la investigación, paso horas sola en el laboratorio, no tengo que hacer esfuerzos sociales.
A mi marido, Guillermo, lo conocí a los 21 por una compañera del colegio que estaba de novia con el hermano él y le mostró unas fotos de sus amigas para ver con quién quería salir. Señaló mi foto y ella dijo “bueno, pero ella no es muy amiga de nadie”. Guille me llamó y me invitó a salir. Cinco años después estábamos casados. Él es muy directo, nos llevamos bien. Pero cuando conocí a su mamá me dijo “qué rara que sos”.
Cuando nació Constantino era muy callado, lo despertaba para comer porque si no te acercabas a la cuna no sabías si estaba despierto o dormido. Ahí fue cuando las abuelas empezaron a decir que tenía que llorar, que no te miraba a los ojos, y yo pensaba “¡qué pesados!, ¿quién mira a los ojos?”. El primer diagnóstico de Constantino fue TGD, y mi marido me decía “vos tenés más TGD que él”. La neuróloga nos confirmó que tenía un componente biológico familiar y fue entonces cuando empecé a buscar un diagnóstico para mí, que resultó en Asperger.
Tuve a Salvador (9) un año y tres meses después. Salvador lloraba, llamaba la atención, me buscaba y yo no entendía. Lo llevaba al médico para que me dijeran qué tenía y me decían que no tenía nada, que era el otro. Cuando me diagnosticaron a mí recién entendí por qué a Constantino no le veía nada diferente.
Constantino tiene trastorno del espectro autista de alto rendimiento intelectual con características de Asperger. Y Félix (4), trastorno del desarrollo del lenguaje: tiene muy afectada la comprensión, menos afectada la expresión y cierta pérdida auditiva que hace que confunda las palabras. Pero Félix es súper extrovertido. Salva vivió todo de una manera muy natural, por eso me pregunta por qué premio a Constantino por algo que él le sale re bien, y tengo que explicarle que a él le costó mucho. Sí ve la diferencia más en Félix, porque se llevan más edad y porque lo compara con un primo de la misma edad que habla hasta por los codos.
Ellos no viven nada como una discapacidad, yo tampoco. Me cuesta ver la discapacidad como concepto. Siento en mí la dificultad. A mí me cuesta todo diez veces más, lo vivo con sufrimiento pero no como una tragedia. Hay sentimientos que no puedo entender. A veces Guille se angustia por algo relacionado a los chicos y yo no entiendo, hasta que me explica y entonces me doy cuenta de que yo también estoy angustiada. Con Constantino no podemos equivocarnos, cuando no es lo que quiere puede desencadenar una crisis, pero a mí me cuesta menos entender lo que le pasa.
En el mundo ideal yo no esperaría nada de nadie, me dejaría sorprender por todo y no prejuzgaría que el chico en la fila hace un escándalo porque está saturado de estímulos, pero si no nombramos la dificultad que tiene ese chico “complicado” es probable que se lo catalogue de “raro” y en muchos casos eso es peor. Cuando el diagnóstico está nombrado los otros chicos entienden más y son capaces de acompañar.

*Marina Gotelli tiene 36 años y fue diagnosticada con Asperger; su hijo Constantino tiene trastorno del espectro autista y Félix, trastorno del desarrollo del lenguaje.
#365DíasConDiscapacidad
Extraído de la página “VIDAS Reales” en Facebook
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