Escuché a María Luisa por primera vez en aquel inolvidable encuentro sobre inclusión en Málaga, este último invierno. Aquella voz que inauguró el acto me removió y conmovió por completo, consiguió que, en unos segundos, supiera que aquel viaje relámpago había merecido la pena y que me sintiera cerca de todas aquellas personas a las que no conocía, pero con las que compartía un sinfín de ideas y sentimientos. María Luisa no pudo estar allí aquel fin de semana, pero su bella voz, su descripción de Ángel y la historia de ambos fueron imprescindibles para comprender, en el tiempo que dura un latido, qué hacía yo allí tan lejos de casa un sábado de febrero. Tras aquel maravilloso encuentro, volví a Madrid y a mi vida, pero aquellas historias compartidas vinieron conmigo y se quedaron. Aquí siguen cada día… Hace unas semanas decidí escribir a la dueña de aquella voz. No sabía con qué fin, pero sí era consciente de que lo necesitaba: supongo que quería contarle que la leo a diario, que disfruto infinito haciéndolo, que sus palabras me traen aire, luz, alegría y esperanza. Supongo que necesitaba explicarle que soy mejor desde que la conozco, que me devolvió cierta fe, que me carga de energía…La respuesta de aquella persona única llegó a través de una llamada telefónica. Escucharla de nuevo fue exactamente como recibir un regalo. Ahora, ella y Ángel forman parte de mi vida, de lo que admiro, de lo que respeto, de lo que me impulsa a luchar sin excusas. Ahora, Ángel y ella están aquí, en casa, en nuestra biblioteca, en nuestra escuela, en cada mirada, en cada coincidencia, en cada diferencia, en cada corazón que late, en cada una de las personas que nacimos para desarrollarnos junto a los demás, pues solo así, con los otros, cada uno de nosotros podrá ser inmenso. Gracias María Luisa. Gracias por tanto…

Ainhoa Yáñez