ELLA

Todos los días, a cada instante, establecemos relaciones, vínculos que van conformando nuestra vida, que van moldeándonos hasta convertirnos poco a poco en quienes somos; vivencias que nos permiten ir evolucionando, creciendo a cada paso. Y no hablo solo de relaciones humanas -que también- sino de aquellas experiencias que la propia vida nos va poniendo en el camino, a veces como una opción: sabemos que podemos elegir; pero muchas otras de forma impuesta, sin más alternativa que la aceptación: sabemos que hemos de afrontarlas, aprender a convivir con ellas, ¡sin más! Y toda relación, sea del tipo que sea, si queremos que tenga futuro, precisa de nuestra actitud, de altas dosis de generosidad, tolerancia, paciencia… máxime cuando se trata de una relación, de un vínculo que sabemos nos va a acompañar toda la vida.

A mí me sucedió con ella: la discapacidad. Pertenece a ese tipo de relaciones que no se eligen, que llegan a tu vida cuando menos te lo esperas, como ocurre con otras realidades: la enfermedad, la muerte, un accidente… Sabemos que están ahí, que existen, pero solemos ignorarlas, pensar que es a otros a quienes les ocurren. En una palabra, no son cómodas. Y cuando se presentan ante nosotros naturalmente lo hacen sin anunciarse, sencillamente hemos de aprender a aceptarlas, convivir con ellas. No se trata de resignarnos, quedándonos a su merced, sino de conocerlas para poder adaptarnos a nuestra nueva realidad.

Nosotras nos conocimos en el momento más dulce, más feliz de mi vida: acababa de estrenarme como madre -la vida es en ocasiones mágica e irónica a la vez-. Llegó literalmente con él, con Ángel, mi hijo mayor. Y digo que llegó con él, porque aunque tardamos un tiempo en saber de su existencia, ella siempre le había acompañado. Podría decirse que supo de mí antes siquiera que yo de ella, porque fue en mi propio vientre junto a mi hijo que ya se instaló en su vida, y por tanto también en la mía… La discapacidad formaba parte de su código genético, de su identidad, junto a otras características que lo hacían único: sus rizos, su sonrisa, el color de sus expresivos ojos… Y por supuesto venía para quedarse! Pero sobre todo era Ángel quien venía para quedarse… Siempre tuve la certeza de que nada ni nadie cortaría sus alas, que aún con “ella”, él es ÉL!!❤

Ángel niño – ilustración de Xan Eguia para mí libro “La Mirada De Ángel”

María Luisa Fernández

¿Sirven para algo los test de inteligencia?

El cociente intelectual se obtiene tras realizar unas pruebas que normalmente están relacionadas con aspectos verbales y aspectos manipulativos-espaciales. Con los resultados de las distintas subpruebas de un test se reduce a una puntuación que llamamos CI total.
Una persona es mucho más que la reducción a una puntuación (sea esta alta o baja, y esté esta puntuación por encima o por debajo de la media).
A pesar de que una de las cosas que podemos afirmar con mayor certeza en psicología (y en cualquier otro ámbito) es que “lo normal no existe”, todas estas medidas estadísticas se obtienen a partir de la curva normal o campana de GAUSS.
¿Quién ha creado esa curva normal que determina quién está por encima, por debajo o en el medio? Por supuesto que alguien que, como mínimo, se situaba en el medio, en la zona que consideramos como “normal”.
Esta reducción de una persona a un dato estadístico es injusto, sobre todo para aquellas personas que consideramos menos capaces, o por debajo de lo “normal”, ya que creamos la expectativa de que no van a poder realizar una serie de cosas como por ejemplo el aprendizaje en las escuelas. Sin darnos cuenta de lo equivocados que estamos los profesionales en estos ámbitos relacionados con la inteligencia (orientadores/as, psicólogos/as, docentes…).
Muchas personas mal llamadas (dis)capacitadas se han encargado de demostrarlo haciendo un esfuerzo sobrehumano para escapar del camino que les habíamos trazado desde su nacimiento. Así hay personas tituladas universitarias a las que se les había pretendido enviar a escuelas de educación especial porque se consideraba que no eran capaces. Demostrando así que los que no hemos sido capaces somos los profesionales al no ver su capacidad de esfuerzo y su capacidad de trabajo. Claro que para tener dignidad como persona no hace falta ser titulado universitario ni demostrar absolutamente nada. Somos los considerados “normales” los que con nuestra mirada, muchas veces, discapacitamos y les privamos de su dignidad e incluso de su humanidad.
Este es un aprendizaje que nos brindan las personas a las que impunemente llamamos (dis)capacitadas. Aprendizaje que podemos realizar si tenemos la oportunidad de convivir respetando y valorando las diferencias.
Todos juntos tenemos la posibilidad de realizar aprendizajes de mayor nivel que el que podemos realizar en función únicamente de la inteligencia matemática, verbal…, en definitiva de la inteligencia que miden los tests de inteligencia.
Nada suelen decir los tests de inteligencia del valor como personas, de la dignidad, de la empatía, del respeto, de la colaboración, del trabajo en equipo, de la ayuda y cuidados que todos hemos necesitado o vamos a necesitar en muchos momentos de nuestra vida; nada dicen los tests de inteligencia de la capacidad de relacionarnos, e incluso de la capacidad artística para la música, el teatro, la pintura, la danza o cualquier otra expresión artística. Y, por supuesto nada dicen los tests de inteligencia sobre si es feliz esa persona, o sobre si se desarrolla al máximo de sus posibilidades, etc, etc, eetc.
¿Soy más inteligente si resuelvo unos problemas matemáticos que si tengo un amplio vocabulario? O, ¿soy más inteligente si sé tocar un instrumento? ¿o si soy hábil en el deporte? …

Hoy día se considera que la inteligencia se desarrolla en interacción con el medio. Con las estimulaciones más o menos ricas de nuestro entorno. No es algo estático con lo que se nace. Es más, ahora hablamos de inteligencias múltiples. La cuestión, o el problema radica en que en nuestro sistema educativo se desprecian gran parte de estas inteligencias que no son la verbal o la matemática. No se aprecia y no se valora otro tipo de inteligencia como la artística, la inteligencia social o interpersonal…

Howard Gardner logró definir hasta 8 tipos de inteligencia, en un principio, pero su teoría sigue evolucionando y añadiendo otras inteligencias que anteriormente no se habían identificado. Actualmente se considera que son 12 los tipos de inteligencia. Aunque en cada uno de nosotros predomine alguna o algunas de ellas, tenemos la posibilidad de entrenar y desarrollarlas todas ellas, cada una a distinto nivel, por lo que cada persona es única en su perfil de inteligencias.
Los 12 tipos de inteligencia:
Inteligencia lingüística- verbal
Inteligencia lógico-matemática
Inteligencia visual-espacial
Inteligencia musical
Inteligencia corporal y cinestésica
Inteligencia intrapersonal
Inteligencia interpersonal
Inteligencia naturalista
Inteligencia emocional
Inteligencia Existencial
Inteligencia creativa
Inteligencia colaborativa

De cualquier modo, el valor de una persona no puede estar en una medida, supuestamente objetiva, de su inteligencia.
Decía Machado que “Por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre.”

Hoy día podríamos cambiar hombre por persona, las mujeres también hemos sido consideradas inferiores en inteligencia con respecto a los hombres, y esto, en otras épocas era demostrado “científicamente”, al igual que los negros, los pobres, los gitanos… y otros colectivos.

M José G. Corell
Orientadora Educativa

Un futuro mejor

Una escuela no puede erigirse como abanderada de la inclusión y después poner de excusa que no tiene recursos suficientes a la hora de llevarla a cabo. La inclusión no se puede basar en los recursos de los cuales se disponen, se ha de sustentar en una estructura que implique a toda la comunidad educativa (colegio, familias y administración). Si lo basamos todos en los recursos no evolucionaremos ¿Que hacen falta recursos? Sí, claro, pero no ha de ser una continua excusa para no dar el paso. Y diría que esos recursos ya existen, pero como todo en esta sociedad están mal repartidos.

Imagen de Paula Verde Francisco

Estoy segura de que se puede hacer una escuela para todos, sin excluir a nadie ni por sexo, ni por raza, ni por capacidades… por nada, todos somos partes de esta sociedad y debemos empezar por la educación si queremos un futuro mejor para todos.

Sandra Linaje

Salir de la zona de confort

Y mientras las veo jugar, y voy tomando distancia para dejarles su espacio, pienso, reflexiono y le doy la vuelta número mil a eso que tantas vueltas le he dado, tantas veces….
Y es que se hace duro saber que tu hija pasa la mayor parte de los patios jugando en el foso del colegio, casi siempre con niños con diversidad funcional, y en ocasiones sola.
Duele que un niño se acerque cuando vas a buscar a tu hija y le oigas decirle que los patios son para jugar y que no esté sola.
Duele, duele mucho, que tu hija te diga que no tiene compañera para sentarse en el autobús de la excursión de fin de curso. Y duele más comprobar que es cierto esto que te dice. Que han ” emparejado” a los otros dos compañeros de clase con diversidad funcional, y como son impares ella sobra. Y sobra tambien otra niña de otra clase con diversidad funcional, y juntan a las dos que sobran para que todo cuadre….
Duele pasar por el patio y ver a tu hija sola…
Todo esto se hace duro, porque es duro. Duro e injusto. Injusto para todos.
Y las veo jugar y pienso que no es tan dificil propiciar estas situaciones, que el adulto que está cerca puede perfectamente dar un empujón para que esto suceda.Ayudarles, darles las herramientas.
De 10 veces que lo intentamos, nueve nos sale bien.
Y aunque estoy de vacaciones, mi cabeza no descansa, y hago el propósito de ser especialmente insistente este curso que viene para que esto que estoy viendo hoy se haga tambien en el colegio. Y que la norma sea que Indira juegue con sus compañeros, y esto no ocurra como excepción.
Dirán que soy una pesada y no doy tregua, y puede que sea cierto. Pero seguiré presionando para que las cosas cambién a mejor.

Hoy he disfrutado viendo jugar a estas dos niñas, enriqueciéndose mutuamente, aportando cada una lo suyo.
Y se han despedido diciendo que mañana siguen jugando.
No, las cosas no han de ser tan dificiles ni tan duras. Muchas veces lo único que se necesita es querer, y estar dispuesto a salir de la zona de confort.

Noemi Preciado Zufiaur

El destino

“Pero les debo advertir que seguiré en este camino,
planté bandera al nacer .. son cosas del Destino”

¿Cuántos años llevamos ya? Bueno, pues, depende desde donde empezamos a contar: Si desde que naciste, si desde que nos liberamos, si desde que llegamos al barrio, si desde que murió mi padre.

Contemos desde donde contemos, hija mía, estamos en el camino y, aunque no sea el tema de todos los días, ambas lo sabemos, existe el final, la Muerte, la tuya o la mía, la que sea primera, la que menos duela.
El Destino, Ítaca, una isla adonde arrimaremos nuestra chalana y pisaremos la arena suave y blanca, la última playa.

Mientras tanto, la lucha diaria por hacer real eso de vivir siendo felices. Arrimando charrasquitas a nuestros fuegos invernales o sopesando frutas frescas cada verano. Para el que lo ve desde afuera, tras los cristales de nuestras ventanas, vos sos una carga
y yo me he inmolado. No saben, ignoran que tanto vos como yo, en algún momento, tuvimos la oportunidad de elegir otros senderos, más institucionales, menos escarpados, más accesibles, menos verdes.
Y no.
Nos elegimos.
Y juntas miramos las puestas del sol y observamos a Guidaí en las noches de estío y soñamos y a veces lloramos, lagrimitas de risa y de tristezas.
Otras veces gritamos, desde las entrañas, confundidas, aburridas, hastiadas, injustamente marginadas.

Levantamos los ojos nos miramos, buscamos distinguir otra senda en las encrucijadas, una mariposa amarilla, un colibrí, una azucena roja y silvestre, una marejada, una mojarra dorada escapando de nuestras manos y nos reímos y continuamos…

¿Cuántos años llevamos ya? No es eterno este periplo. Pero, quiera el Destino que Ítaca sea benévola con nosotras y nos dé el amparo que, muchas veces, no pudimos hallar.

Desde ya te confieso que nunca pensé que llegaríamos tan lejos.

Ana Martinez

Doña Ramona

“Qué hermoso – digo- qué misterio, vivir tan castigado y cantar y reír que asunto raro…” J. Gelman

No sé por qué, hoy desperté recordando la voz tuya, Doña Ramona, cuando repetías sin cesar que- La sopa de pata era lo que yo necesitaba para reponerme de aquélla pulmonía que me había dejado hecha un estropajo.

Venías cada mediodía con el plato humeante por el pasillo de la villa y lo dejabas sobre la mesa; sólo algunas veces lo variabas por un guiso de lentejas y arroz que, según tu decir, Doña Ramona, cumplía casi la misma función que la sopa de pata para reponer enfermos.

No era sencilla tu vida y sin embargo, la solidaridad la caracterizaba en un ir y venir por las casuchas de la villa, cada día, cada noche, cada madrugada.

Porque fue de madrugada y eso lo recuerdo bien, mi hijo quedó durmiendo solo y yo crucé el oscuro pasillo hasta la casa del frente donde vivía mi amiga Mirta quien estaba ya con contracciones de parto cada vez más aceleradas; había llovido, el marido con la ambulancia no llegaban y aún si llegaban ¿Cómo entrarían en aquel lodazal?

Existían dos posibilidades: la transportábamos con el viejo carro tirado por el Pancho, tan viejo caballo como carro o asistíamos el parto allí mismo.

Te mandé buscar, Doña Ramona, yo sola no me animaba, pediste alcohol, no había; pediste perfume, había una loción de lavanda fuerte y penetrante que quedó en mi cabeza dando vueltas toda la mañana; pediste algún hilo, tijeras, sólo conseguimos hilo negro de coser al que le dimos varias vueltas para engrosarlo y mi vieja tijera de recortar diarios y revistas, apenas algún trapo.

Al fin nació, el llanto se unió al último grito de la madre, aliviada y feliz; envolví las sábanas ensangrentadas y las coloqué en un balde con agua, mientras vos, Doña Ramona, terminabas de atender al recién venido y su madre, bien dispuesta, se acomodaba un precario apósito entre las piernas y se aprestaba a dar vuelta el colchón y extender sábanas limpias en la tan querida cama matrimonial.

Llegó el padre, no creía al ver a su mujer levantada organizando la casa que ya le hubiera nacido el hijo; la ambulancia esperaba a varias cuadras, no podía entrar por el barro…allá se fue la feliz y casi infantil pareja con el niño en los brazos, en patas, al hospital…

Serían para entonces, las cinco de la mañana, temprano para los quehaceres, tarde para acostarse; mi hijo seguía durmiendo, tranquilo, inocente del milagro de aquel amanecer; nos sentamos las dos a tomar mate y a esperar que terminara de clarear y entonces empezaste a contarme tu historia…

Vos también, Doña Ramona, soñaste un hijo varón como ellos y tu marido junto con vos. A vos también, Doña Ramona, un montón de años atrás, casi veinte, te nació allá en tu pobre casa mitad ladrillos, mitad chapas, un hermoso bebé que colmara todas tus ilusiones.

Vos decías, Doña Ramona, que fue un mal que te hicieron en el embarazo; la doctora que a veces visita la villa me ha explicado que se trató de un infección en las meninges y que por eso quedó así: medio retardado, sin poder caminar, con su largo hilo de baba y tierra pendiente de sus labios, casi siempre sucio aunque te esmerabas en esos trapos viejos que llamabas pañales y los blanqueabas al sol y los sobabas con jabón blanco tantas veces y los enjuagabas tantas otras y que no hablaba, apenas emitía unos gritos, que .vos, Doña Ramona, sabías traducir solamente.

Quiere mate, pero la verdad es que quiere que estemos junto con él.

Él entiende, nadie me cree – decías, Doña Ramona y hasta yo dudaba entonces de que fuera cierto.

La Vida se encargaría de demostrarme lo contrario y cuánto te entendería entonces, Doña Ramona.

Salias a trabajar, lo dejabas atado sobre el patio de tierra del fondo, bajo la parra, con la radio prendida y el ojo desatento de la vecina que seguramente se olvidaba de vos, Doña Ramona, ni bien dabas vuelta en la esquina.

Soñabas cemento para ese patio, para poder baldearlo cuando fuera necesario y mantenerlo fresco y libre de las moscas que lo invadían todo en la villa…y soñabas un buen cerco con plantas para alegrarlo, soñabas un alero para las siestas insoportables del verano, pero apenas si alcanzaba para aquellas sopas de pata y aquellos guisos de arroz y lentejas que además compartías conmigo…

Su nombre era, es Sabino y no dejo de compararlo con mi propia hija, ni más ni menos, humanos los dos, con los ojos luminosos al vernos llegar, esperando caricias, palabras, arrullos, nanas y a la vez, un lugar en el mundo que apenas podías, podemos darles…

Te quedaste sola con él cuando lo sacaste del hospital, al año de vida más o menos; me seguías contando, mientras ya clareaba y el mate se iba lavando lentamente, aunque lo quisiéramos demorar lo más posible…

Fue un mal, repetías, Doña Ramona, un mal cuando estaba acá en mi panza, me decías, Doña Ramona y yo no podía contradecirte, no me atrevía, no tenía autoridad para hacerlo; que te lo explicara la doctora, ésa que, a veces, llega hasta el pobre caserío que linda con el volcadero de basura donde vivimos y que ella te diga, Doña Ramona, de bacterias, de infecciones, de lesiones neurológicas, irreversibles, de pedazos de cerebro inservibles…

Yo asentía en silencio y te escuchaba…

No sé por qué hoy me desperté recordando tu voz, Doña Ramona y recordando al sabino y su hilo de baba y sus ojos luminosos cuando vos, doña Ramona, llegabas a la casa de ladrillo y chapa, casi a la tardecita y preparabas el mate, que él repetía en un grito que traducía su impaciencia por estar con vos y compartir ese espacio de tiempo que les pertenecía…

Tuve suerte, no comparemos, pero tuve suerte.

Y si no fue suerte, entonces no queda otra razón que extenderte ahora yo, mi mano solidaria, como si humeara en ella un plato de sopa de pata, y pudiera decirte, doña Ramona: tu hijo vale tanto como todos los hijos del mundo, luchemos juntas, en la lucha encontraremos fuerza, coraje, esperanza y esos ojos luminosos que siempre nos están siguiendo por la casa , atentos a cada movimiento, serán testigos de nuestro dolor y de nuestra fuerza que nace, solamente, simplemente, de nuestro vientre, como madres que engendramos junto a cada hijo un sueño, que peleamos como lobas para cumplirlo, que nada ni nadie nos detiene al pujar una idea como aquella niña mujer que parió en la madrugada y sólo vos y yo fuimos testigos…

Ana María Martinez, la autora de éste bello relato (3er Premio Nacional de Narrativa 2000 Voces Literarias Argentinas-Línea Abierta Editores- Córdoba) administra una página Web donde puedes encontrar su obra.

Ana María Martínez Paysandú 435 Colón- Entre Ríos Argentina lavioletita@hotmail.com

Gente maravillosamente inoportuna

Hay gente maravillosamente inoportuna, de esa que llama a las puertas de tu vida cuando más lo necesitas, personas con magia en el corazón y luz en su mirada capaces de algo increíble. Te traen la felicidad y te obligan a creer en ti mismo de nuevo
Me gusta la “gente inoportuna”, esa que cruza las puertas de tu corazón cuando menos te lo esperas. Son personas que traen vientos de colores, que alborotan nuestras sonrisas cuando ya teníamos las ilusiones apagadas y que casi sin saber cómo, se acomodan en nuestra alma como si siempre hubieran formado parte de ella.

Analia Cucit

Un montón de sueños

Las historias nos cargan, a veces nos cargan de optimismo y de esperanza, de alegría, como cuando una familia te cuenta los logros de su hijo-a, pequeños logros para la sociedad y pasos de gigante para ese niño-a y esa familia, cuando esos logros, además han sido promovidos en una ínfima parte por algún consejo, estrategia o herramienta que tú le has ofrecido a esa familia, o maestra, ya es tocar el cielo con las manos.
Pero también están las otras historias, las que te parten al medio y hacen que vivas en carne propia la desesperación y la angustia de esa familia, esas historias que te rompen el alma en mil pedazos; como cuando un niño-a está sufriendo la negligencia de todo un sistema, como cuando no lo dejan ser, no lo dejan expresar su potencial, cuando le ponen un ladrillo en la cabeza; llamesé ir dos horas a la escuela o 21 gotas de risperidona para que no moleste, como cuando sentís la desesperación de una madre veterana, consciente de su propia mortalidad que se le viene encima la incertidumbre y la angustia de qué va a pasar con su hijo-a adulto y dependiente cuando ella ya no esté.
Y pensás, y reflexionás, y te angustiás y te duele el corazón y el alma, porque sentís en carne propia la angustia y la desesperación de las familias, porque sabés que falta mucho, a veces falta todo. Y te enojás con el mundo, con la sociedad, con el Estado…. y seguís pensando y reflexionando para encontrar soluciones, que a veces no llegan, que muchas veces no dependen de vos.
Y tratás de no pensar más, porque la angustia te aplasta, y no te podés dejar aplastar, el enojo te bloquea y no te podes bloquear, la incertidumbre agota y no te podés dar el lujo de agotarte, porque hay demasiado por hacer.

Ojalá fuera rica… porque en esta sociedad de mierda, hace falta dinero para absolutamente todo! y podría hacer tanto si fuera rica…. ojalá fuera poderosa, para poder influír, cambiar leyes, ofrecer recursos…. ojalá fuera mágica para poder hacer entender a tanta gente por donde es el camino de la inclusión, para poder cambiar cabezas, miradas, sentires, y conseguir más empatía, más respeto, más aceptación…. pero no sos nada de eso, ni rica, ni poderosa, ni mágica…. solo sos una simple persona con un montón de sueños e ideales que vas por el mundo intentando poner tu granito de arena.
Y si nos juntamos todos-as las simples personas que van por el mundo intentando poner su granito de arena? Conseguiríamos un desierto de arena o un simple montoncito triste?
Creo que conseguiríamos un desierto inabarcable, y entonces por qué no lo hacemos?, creo que muchos-as han dejado que sus mochilas de historias de se llenen de angustia, enojo e incertidumbre, y ya no creen, que se pueda.

Nat López de los Santos

El miedo que paraliza

¡¡ES LARGO!! ¡¡MUCHO!!
Pero merece la pena leerlo hasta el final y reflexionar. Muy importante para todos, no solo para Lucía. Para ti, que no tienes autismo,también.

Me voy a quedar con el último parrafo:

“Cuando en el camino de la vida, no podamos caminar ni hablar, no podamos valernos por nosotros mismos; vos, tu escuela, tu comunidad, ¿nos integrarán? ¿Les estamos enseñando a ser inclusivos? La respuesta la tiene cada colegio y el cambio puede empezar por vos.”

Belén Jurado

EL MIEDO QUE PARALIZA

(Revista Consudec, Julio 2016)

“Entendemos su situación y la realidad de su hijo, pero en este colegio no integramos”.

Cientos de padres reciben esta respuesta de muchas instituciones que simplemente cierran sus puertas a la integración con discurso humanista y mirada empática pero con el corazón cerrado, pánico al cambio y una catarata de mitos que paralizan una realidad que se impone: abrirse a la diversidad.

“Somos un colegio muy exigente”, “No podemos integrar porque somos bilingües”, “lo que pasa es que este colegio es doble turno”, “no estamos preparados para chicos diferentes”, “creemos que los chicos con necesidades educativas especiales deberían estar todos juntos en un colegio para ellos, así serían más felices aceptando que no son como los demás”, “si integramos todos los demás alumnos se perjudican porque aprenden menos o más despacio”, “”no estamos capacitados”, y la lista sigue.

Todos somos diferentes

La educación formal se inició con un paradigma de igualdad y la intención de instruir al ciudadano. Copió el modelo industrial, los alumnos serían la materia prima que al pasar por el mismo proceso saldrían al final todos igualados como producto acabado. Lo mismo hicieron en las cárceles y los hospitales neuropsiquiátricos. Pacientes, internos, alumnos. Horarios, espacios compartidos, rutinas a cumplir. Hace años ya que genios como Chaplin (Tiempos Modernos) o Pink Floyd (The Wall) nos denunciaron esto con humor y brillantez.
Pero no hicimos nada por cambiarlo porque no fuimos al fondo de la cuestión. Hoy, en pleno siglo XXI el sistema educativo grita con dolor reclamando un cambio. Todos somos distintos, todos aprendemos de un modo propio, único, irrepetible. No somos iguales. Cada tanto, hay algunas personas que por sus características especiales nos lo recuerdan con más énfasis. Ellos nos abrieron los ojos rompiendo el paradigma de la igualdad. No son solo ellos los que aprenden distinto sino todos los alumnos o más bien, todas las personas. ¡Todos somos diferentes!

Realismo educativo

Educar en la diversidad no es otra cosa que responder a la realidad existente. Si todos somos distintos, la educación no puede ser igual para todos. Si en todas las salas de maestros se repite con claridad el mismo diagnóstico: “los alumnos no son como los de antes, no tienen las mismas motivaciones, son más inquietos, las familias cambiaron”, ¿por qué salimos entonces de esas salas para ir a las aulas y enseñamos igual que antes? Estamos siendo parte del problema y no de la solución. Enseñarle a cada uno acorde a sus capacidades, ayudar a que cada alumno logre la mejor versión de si mismo. Ese es el enfoque de la integración aunque en realidad, es el enfoque de la educación moderna. Asumir la diversidad y enseñar teniéndola en cuenta. Salir del modelo basado en contenidos para pasar a mirar a la persona en su totalidad. Lo que aprendemos lo olvidamos fácilmente. Hoy podemos buscarlo con un click, está todo en Google. Lo que aprendemos mientras aprendemos es lo que queda para toda la vida. Aprender juntos, ayudar a otros, dejarte ayudar, es más valioso que terminar primero. Dar lo mejor de cada uno es más importante que ver quién es mejor que el otro. Ser uno mismo reconociendo en el otro a alguien como uno pero con sus propias capacidades. Tolerar la frustración, superarse, saber tener ideas propias, respetar las ideas de los demás. Enseñar hoy no es un proceso industrial, es más bien artesanal, uno a uno, ayudando a que cada alumno sea el protagonista de su propio aprendizaje. No es estar sentado pasivamente escuchando al docente, es estar activo, aprendiendo en conjunto, investigando, experimentando, cuestionando, equivocándose y sobre todo, aprender del otro, aprender con el otro, aprender a ser “nosotros”.

La mejor escuela

Aquel colegio que logre aprender comunitariamente, reinventarse una y otra vez, nutrirse de las distintas capacidades que cada uno tiene y resolver así las discapacidades que todos tenemos, esa escuela será la mejor, esa estará dando una educación de excelencia. Tal vez no logre en los exámenes los mejores premios, tal vez no tenga la medalla de oro en las olimpíadas de matemática o química, o tal vez sí. Pero sin duda habrá logrado formar personas que integran, que miran a cada uno a los ojos, que enfocan en lo que cada uno puede para desarrollarlo al máximo y no en lo que cada uno no puede para aislarlo del resto. Una escuela que integra formará personas íntegras y no hay mejor educación que esa.
En definitiva, integrar o no integrar no es un tema pedagógico o de políticas escolares. Se trata de ser íntegros o de no serlo. No se trata de estar o no preparados, ¡nadie está preparado! Pregúntenle a los padres si estaban preparados. Se trata de querer o no querer y de superar los miedos que paralizan.
Es animarse a conjugar un verbo: yo integro, tú integras, ellos integran. Cuando en el camino de la vida, no podamos caminar ni hablar, no podamos valernos por nosotros mismos; vos, tu escuela, tu comunidad, ¿nos integrarán? ¿Les estamos enseñando a ser inclusivos? La respuesta la tiene cada colegio y el cambio puede empezar por vos.

Eduardo Cazenave

El lenguaje del corazón

No es mas rico en sentimientos el que más palabras tiene. Ellos, nuestros hijos, aquellos que tienen poco lenguaje o carecen de el, saben decir en cada momento aquello que te hace sentir, como Bruno. Y si no pueden decir “¡más!” lo hacen con una sonrisa, una caricia, un abrazo, un beso…. y para ello no hace falta utilizar el lenguaje oral, con el lenguaje del corazón es más que suficiente.

Ellos no serán ricos en palabras pero si lo son en algo mucho mas importante, en sentimientos.

La gran fábrica de las palabras

Paqui Cortés