No diré su nombre, aunque lo tiene, ¡claro que sí! Ella no es un diagnóstico… Tiene nombre e identidad, como lo tienen cada uno de los niños que a diario se enfrentan a la dureza de ser excluidos del aula, su aula… Y son demasiados los niños, demasiadas las veces!
Pero con que fuera uno solo el niño que se sintiera solo por ser diferente, seguiría siendo igual de injusto para él, igual de doloroso para unos padres impotentes. Y debería ser motivo de vergüenza para el resto de padres; desde luego lo es para toda la sociedad.
Y ocurre tantas veces, en tantos gestos pequeños, que lo son por cotidianos y precisamente por ello tan valiosos para esa niña -hoy pienso en femenino, porque escribo y pienso en ella, en su rostro- que está construyendo su identidad, que está descubriendo un mundo que debería sentir como seguro.
Y esa niña está aprendiendo a creer, a confiar en las personas; aprendiendo a querer, a crear vínculos.
Y ella, esta niña con diversidad funcional, que es todos los niños, debería llevar cada día a su cole una mochila cargada de sueños, de ilusión, de alegría, una mochila que hiciera su infancia feliz, su vida liviana.
Y me pregunto cómo conseguirá que esos pilares que sustentarán sus emociones y su seguridad sean sólidos, si quienes le acompañamos en su construcción le fallamos tantas veces, cargando su mochila de incertidumbre y desconcierto, de incoherencia, de insolidaridad, de individualismo…
Son tantas las veces que nos equivocamos, que ponemos en juego su futuro por no ser capaces de mirar como lo hacen los niños, sin miedos, sin prejuicios… Son tantas las veces que fingimos mirar o lo hacemos a medias, por no acercarnos y tomarnos tiempo para conocer a la persona, para reconocerla, y cambiar así la realidad, esa que es responsabilidad de todos.
Si lo hiciéramos, quizás descubriríamos la importancia de lo que decimos y hacemos.
¿Hay acaso algo más valioso para esa niña o ese niño que formar parte de su fila de compañeros cada vez que entra o sale de su aula? ¿por qué inexplicable motivo hay niños a los que se les diferencia dejándolos fuera? ¿Se puede formar parte de un grupo a medias? …¡ahora sí, ahora no!
¿Por qué tantas veces se planifican las salidas, las excursiones escolares, tan valiosas para cualquier niño, sin pensar en los alumnos con necesidades de apoyo? ¿Es que no hay alternativas, formas de adaptarlas para que sean gratificantes para todos? ¿No se puede ver en las diferencias la oportunidad de aprender a colaborar de la única forma posible que es la práctica de los valores humanos? ¿No es la mejor clase de matemáticas hallar la fórmula ideal de aprender a reconocer nuestra fragilidad y nuestra fortaleza?
¿Por qué tantas veces se invita a los amiguitos a un cumpleaños donde no hay tarjeta para esa niña, ese niño diferente? ¿Quién dijo que ella no tiene capacidad para disfrutar, para sentir? ¿O es que hay una única manera de disfrutar, de vivir?
¿Por qué tantas veces los mismos padres que quieren lo mejor para sus hijos miran hacia otro lado, en lugar de ponerse al lado de esos padres que desean lo mismo para un hijo que es tan verdad como el suyo? ¿Acaso no estamos hechos de las mismas emociones? ¿Acaso hay padres e hijos de diferente categoría humana?
¿Por qué, si no, tantas veces se castiga a esa niña, a ese niño por ser diferente, excluyéndole del grupo?
Y me conmueve y me remueve que esta preciosa niña por ser diferente, sea ella y solo ella quien se adapte a un entorno que no cuenta con ella, porque no se adapta para ella. Y es injusto, inhumano que se ella, solo ella; que sean ellos, los niños con diversidad funcional, quienes tengan que seguir adaptándose día tras día a las normas de un colegio, de una sociedad inmadura, incapaz de avergonzarse de su ausencia de pudor, cada vez que vulnera el primero de todos los derechos de un niño en el aula: estar con sus compañeros, compartir experiencias juntos… CRECER JUNTOS!
María Luisa Fernández– La mirada de Ángel
Imagen de Paula Verde Francisco- Mi mirada te hace grande