Carta a mi hija

Carta a mi hija; Quiero antes que nada, pedirte perdón, no te traje al mejor de los mundos y cambiarlo requiere mas que mi empecinado esfuerzo, sí, la realidad ha sido y es ignorante e impiadosa, mete miedo y te llena de dolores y dudas, pero al menos tenemos feminismos corazón y si yo no llego a salvarte, están las demás, así que procura tener siempre las mejores amigas, sean aliadas y leales, la lealtad salva mas vidas que cualquier terapia o remedio, la lealtad cura y mata a cualquier mal amor, no teman ni duden en seguir rompiendolo todo, que les adultes ya deberíamos haber perdido el poder hace rato. Quería también agradecerte por la paciencia y los desafíos y por no dejarte vencer por mis ausencias, te juro que siempre quise estar pero maternar en esta sociedad es alta trampa del egoísmo y trabajar y estar, son antogonias, que sí, también tenemos que combatir, pero me esperaste hasta hoy dónde a tus 16 años nos dimos la oportunidad de que te vuelva a parir, y acá andamos a contracciones y pujos insistiendo en el respeto, el cuidado y el amor. No puedo prometer éxitos, no se cómo se desvanecen los monstruos, no voy a jugar al arrepentimiento, sigo tu ejemplo hija, te sigo y transito todos los caminos que desde chiquita vas abriendo para nosotres. Me comprometo a dejar a mano, mi mano, soltarte y sostenerte, contenerte y dejarte ir, esperarte e ir al fin del mundo, al principio del mundo, ir dónde haya que ir, quedarnos quietas, parar todo, desandar el pasado, fundar, seguir fundando este amor. No podemos contra todo pero sabemos que nada puede contra nosotras, quizás ésta sea la última estación de tu alma y estas dando inmnesa batalla, no te olvides que el cuerpo es circunstancia y dedicación y la cabeza es también un territorio a recuperar, soy tu escudo y tu paraje, eso es hoy para mi ser tu mamá. No podemos contra todo pero nada puede contra nosotras. Te amo, eso nomas.
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(Ah, que lo cumplas feliz Lolii Torres )

Marianela Saavedra

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Corazones verdes

Escribo esto desde el respeto, esperando que también se me respete, ya que lo que narraré es una experiencia personal que tiene como eje central a una de las personas que más quiero en la vida, mi hermano menor.

Mi hermano nació en el año 2001, siendo “perfectamente normal” como agrada a la mayoría de la sociedad y por supuesto, al sistema. Se desarrolló de esta manera hasta los 9 años de edad. Cabe resaltar, que nunca tuvimos problema alguno en que ingresara a la escuela de su preferencia. Jamás hubo ni una sombra de discriminación por parte del sistema educativo. Lógicamente no había motivo para ello: mi hermano formaba parte de la lista de la normalidad.

En el año 2011, cuando estaba por cumplir los 10 años, de la noche a la mañana, de un día para otro, tuvo una grave enfermedad que hasta la fecha desconocemos qué fue exactamente. El día 8 de marzo se fue a dormir y a la mañana siguiente mi padre le encontró inconsciente en su cama, convulsionando sin parar. Le llevaron a un pequeño hospital cercano a casa, donde se declararon incompetentes para atenderle dada la gravedad del caso. Fue ingresado ese mismo día en terapia intensiva en el Centro Médico de Occidente de México, donde permaneció cerca de dos meses en coma con el pronóstico de que era imposible que sobreviviera. No hablaré de la pésima e inhumana atención que recibió en ese lugar. Contaré la historia a toda velocidad y grosso modo para llegar al punto que me hace escribir este relato.

Pese a todas las predicciones, mi hermano sobrevivió. Presenta secuelas de la enfermedad que padeció, de las que tampoco hablaré con detalle. Su rehabilitación duró dos años, en los cuales estuvo acudiendo a terapias físicas puesto que había perdido todas las funciones hasta entonces aprendidas, no tenía siquiera la capacidad de deglución. Posteriormente se pasó a las terapias de lenguaje, que le eran impartidas por una maestra en forma individual. No había más alumnos en el aula, sólo él y la maestra. Gradualmente comenzó a hablar, y posteriormente aprendió de nuevo a leer y escribir. Y entonces empezó a pedir ir a una escuela. Él quería regresar con los compañeros con los que había convivido durante toda la primaria. Pero la escuela a la que acudía cuando era “normal” le cerró las puertas. Se nos dijo, a la familia, que ya no había lugar para él. Ellos no podían atender a un niño con discapacidad. Para nosotros era el mismo niño, el que había estado en ese colegio durante cuatro años. Pero para ellos ya no lo era, mi hermano ya no era lo suficientemente valioso para estar ahí.

Se tuvo entonces que buscar una nueva escuela primaria, y por suerte (hasta entonces en mi vida no había creído en la suerte, a partir de este evento hemos estado dependiendo de ella para casi todo) encontramos una escuela inclusiva que aceptó a mi hermano. Era un colegio privado, que tenía pocos alumnos por grupo, no había más de 15 niños en cada salón. Estuvo ahí dos años, con una atención excelente y una perfecta aplicación de los ajustes razonables, lo que le permitió concluir la educación primaria en el año 2015. Más allá del tema académico que es importante pero no la finalidad prístina de la escuela, mi hermano hizo buenos amigos y era feliz.

Lo siguiente era ingresar a la secundaria. Sus tres mejores amigos de la primaria entrarían a un colegio y lógicamente, mi hermano decidió que él quería estar con ellos. Cuando mi madre se presentó en la institución para inscribirle, la directora le dijo que cómo se atrevía a querer inscribir a un retrasado mental (palabras textuales) en una escuela de gran prestigio como era esa. Por supuesto que no, no le aceptarían. El lugar a donde mi hermano tenía que ir era a una escuela especial. “Los diferentes van con los diferentes”. No puedo describir con palabras el dolor que sintió mi hermano cuando le dijimos que no podría estar con sus amigos. Pero el calvario apenas empezaba. No sabíamos que el rechazo sería sistemático. Acudimos a más de diez escuelas secundarias ordinarias y en todas, la respuesta era: él no puede entrar aquí. Que se vaya a la escuela especial.

Pero mi hermano no quería entrar a una escuela especial. Quería ser tratado como todos. Yo soy abogada. Sé que el artículo 3° de la Constitución establece que todos tenemos derecho a la educación. Pero hasta ahí llegaba mi conocimiento sobre el tema educativo. En mi carrera profesional los casos que llevé no estaban ni por asomo relacionados con temas de educación.

Fue entonces que decidí entrar a hacer una maestría, para investigar extensamente sobre el tema. Para saber qué hacer. Para de alguna manera visibilizar este problema social que es la exclusión de personas con discapacidad. Porque para entonces me di cuenta de que mi hermano no podía ser el único que sufriera esta discriminación. En México hay más de 7 millones de personas con discapacidad. Las estadísticas hablan por sí solas. El porcentaje de analfabetismo en personas sin discapacidad es de sólo el 3%. En personas con discapacidad es del 25%. La diferencia es apabullante. Mucha gente dirá claro si es que tienen discapacidad, ¿cómo van a prender a leer? Yo reformulo la pregunta. Si no les admiten en las escuelas, o les envían a escuelas especiales donde no se espera gran avance de ellos, ¿en dónde van a aprender a leer?

Mis padres también son abogados. Desde luego que podríamos haber tramitado un juicio para que mi hermano entrara a la escuela ordinaria. Pero la preocupación era que le recibirían en un ambiente nefasto, puesto que no le querían tener allí. Es fácil sentarte desde un escritorio y citar la Ley de Inclusión para Personas con Discapacidad y los tratados internacionales que atañen al tema. Pero el que iba a soportar el rechazo era él. El miedo nos paralizó. Por intentar protegerle, le dejamos en casa durante tres años. Sí, tres años. En ese lapso seguimos buscando, pero ninguna escuela ordinaria quiso recibirle. Mi hermano cumplió 16 años y entonces ya tenían un nuevo pretexto para su exclusión: la secundaria sólo es para alumnos que no hayan cumplido los 15.

Quisiera manifestar que respeto a los padres que defienden la educación especial, y entiendo su miedo porque lo viví en carne propia. Pero para mí, la sola existencia de la escuela especial es una legitimación para segregar. Mientras siga existiendo, será el lugar por excelencia a donde querrán enviar a mi hermano, y a todos los que tienen alguna discapacidad. Mientras exista, la inclusión no será posible. En nuestro caso particular, no es que yo quería la ordinaria, ni mis padres. Era mi propio hermano quien la pedía a gritos. Gritos que fueron ignorados durante tres largos años. El decir que existe la opción de elegir entre escuela ordinaria y escuela especial, para mí es una falacia, por lo menos en México. Mi hermano no tuvo esa opción jamás.

Escribo esto porque la vida tiene ironías inesperadas. Cuando mi hermano despertó del coma, había perdido todos sus recuerdos de sus diez años de vida. No sabía ni quién eran mis padres, ni quién era yo, ni quién era él mismo. Era como un recién nacido. Que la persona que más amas en el mundo no te recuerde, es atroz. Pero era lo que había. Los médicos nos dijeron que probablemente jamás volvería a hablar, ni a caminar; el daño cerebral era significativo. Nuestro principal objetivo era ayudarle en la recuperación física. Pero claro que nos pasaba por la mente, ¿cómo será ahora? ¿seguirá siendo el niño sarcástico de siempre? ¿nos querrá? Nuestra familia lo tenía claro, él seguía siendo nuestro pequeño, le amaríamos sin importar las secuelas que presentase, le amaríamos si se levantaba teniendo otra personalidad. Le amaríamos sin condición alguna, como seguramente él hubiera hecho de haber sido yo o mis padres quienes hubiéramos estado en estas circunstancias.

No obstante, sería falso decir que cuando mi hermano poco a poco se fue recuperando, y constatamos que muchas de sus facetas permanecían, no tuvimos un júbilo inmenso. Una de estas pequeñas cosas que permaneció, fue que a mi hermano siempre le encantó el color verde. Desde muy pequeño, era su color favorito. Y lo sigue siendo. Hace un par de años empezó a utilizar en su celular la aplicación de whatsapp. Y desde el primer día, cuando yo le decía “te amo” y le enviaba un corazón rojo gigante, él me respondía con muchos, muchos corazones verdes.

Tengo un grupo de amigos y amigas en España a quienes admiro y quiero con toda mi alma, y a quienes hace tiempo les compartí esta historia de los corazones verdes, que para mí simbolizan no sólo el triunfo de la vida sobre la muerte, el valor de la lucha, la importancia de no rendirse nunca, lo imprescindibles que son en la vida la esperanza y el amor. Los corazones verdes simbolizan a mi hermano en todo su esplendor. Los miembros de mi querido grupo, desde que conocen esta historia, han tenido el hermoso detalle de colocar corazones verdes en publicaciones, mensajes, comentarios y fotos en Facebook. Les he dicho que cada que los veo plasmados siento una inmensa alegría porque es como ver ahí a mi hermano, quien, pese a todo pronóstico médico, pese a todos los augurios aciagos que sobre él se lanzan, a veces sin conocerle siquiera; pese a toda orden que le circunscribe a estar sólo en determinados espacios y le dicta permanecer fuera de aquéllos a los que “no pertenece”, como si fuera menos humano, ha seguido su camino y va abriendo brecha para muchos otros que como él recibirán la dura sentencia de la segregación por el hecho de tener diversidad.

Hace seis meses, finalmente mi hermano pudo regresar a la escuela. Una escuela inclusiva a la que también entró uno de sus tres mejores amigos de la primaria. Ha hecho nuevos amigos y se le ve feliz otra vez. Ayer, sin más, llegó radiante a casa tras haber ganado un torneo de ajedrez. Cuando pienso en todas las limitantes que un sinnúmero de personas se empeñan en decir que tendrá mi hermano, y con posterioridad le veo seguir con aplomo y tesón, me viene a la cabeza la frase: “Lo hice porque no sabía que era imposible”.

Para mí, por tanto, este es y seguirá siendo el significado de los corazones verdes: vida, lucha, esperanza, amor, igualdad, humanidad. Inclusión.

Fotografía de mi queridísima María José G. Corell

Ali García Canizalez

El instituto

Después de mucho trabajo, de mucha lucha, de muchos nervios y de mucha, mucha ilusión por que nuestra Lucía “tenga” los derechos que le corresponden, ni más ni menos, llega el momento en que escuchas: “Lucía va a al instituto” y no te lo crees y vuelves a preguntar y te dicen: “sí, sí, va a instituto”
¡Bravo, campeona!

Os dejo unas palabras de Marcos, está aprendiendo para hacer su libro, jeje
Lee a Nacho Calderón en “Reconocer la diversidad” con imágenes de Paula Verde

Belén Jurado

La realidad

La realidad no está hecha, la vamos haciendo con el paso del tiempo TODOS nosotros y lo más importante: podemos hacer la que queramos…

La puedes hacer en tu trabajo, en el supermercado, tomando unas copas, en el parque con tus hijos, en el colegio, en los dictámenes y en los juicios y juzgados. La realidad la estás construyendo AHORA, en este momento y en cada unos de los momentos de tu vida diaria.

Imagen extraída de “Educación, hándicap e inclusión” de Nacho Calderón Almendros , el libro que acompaña cada una de las flores de Lucía que hemos repartido por el mundo, porque eso deseamos con todas nuestras fuerzas: cambiar la realidad de tantas PERSONAS que sufren día tras día discriminación y que son invisivilizadas hasta tal punto que desaparecen.

Belén Jurado

Parque Ítaca

Ítaca está muy lejos.
¿Quién no encuentra en tantos días de viaje cíclopes buscando el otro ojo en los despachos, lestrigones reales de decretos o a Poseidón airado en todos los accesos?

Cuánto miedo de tormentas y monstruos, qué altura de pensar y de emoción: ¡de aquí no nos movemos!, ¡de allá nos retiramos! En la botella de todos los mares: mapa, tesoro y calavera. Cuánto miedo en alto, cuántas tormentas.

En ruta ya, con Itaca a lo lejos, vamos recogiendo hermosas mercancías: en Fenicia aprendemos de los sabios la etiqueta del arte, de la seda, de la piedra: “cada niño es…como es cada niño, cada niña es…como cada niña es”. Lo dicen los expertos pedagogos de Egipto, las jornadas sobre autismo en Damasco, y algunos libros gruesos perdidos en desiertos. Lo dicen, en la ruta, los piratas, las madres cuerdas, los padres, los niños.

Cuando Ítaca se impone más lejos celebramos asombros y millas en el barco. Increíble, importante: tenemos que contar que existen cocineros que en las naves permiten que los niños se dejen en el plato la lechuga, que repitan los postres y escondan la tortilla en el bolsillo.

Ni de viejos llegaremos a Ítaca, pero mientras navegamos, Juan aprende a remar, a botar la pelota, a regar el huerto, a pintar un monstruo, a nadar con delfines, y a nombrar los océanos.

De cerca y lejos rozamos la isla. (Dicen que esta semana un par de cíclopes despachan con monóculos y que hasta uno de los lestrigones pretende a Poseidón, los peces dicen).

Lejos de Ítaca, niño con olor a mar: Juan viene contento del cole y lleva en la mochila caracolas y un postre por si acaso. Merienda en parque Ítaca.

Gemma Serrano

Extraído del libro ” El sueño de una noche de verano” de Gerardo Echeita

Colores

Imaginemos que alguien inventa un color, y pinta con él un objeto voluminoso, un piano, por ejemplo, y lo encierra en una habitación a oscuras en la que nadie entra. Quizás quien lo creó se obstinará en decir que el color está ahí dentro, pero nada menos cierto, no ya por la falta de luz, sino por la ausencia de testigos: un color que nadie ve es un color que no existe.

Esa es la valoración exacta que se puede hacer del aprecio que algunas personas dicen tenernos.

Maribel Rodríguez Ponce

Suerte, Lucía

Nos levantamos, nos preparamos para un nuevo día, nos ponemos guapas, nos reímos y salimos de nuestra casa.
Andamos con paso firme, como el que tiene cualquier niña de 11 años. Andamos en silencio, vemos un pajarito, hablamos de él, Marcos nos cuenta que está muy contento porque va a ir a un taller de cómics, nos reímos, le acariciamos la oreja y seguimos andando.
Llegamos al colegio, vemos niños con las mismas ganas, unos ríen, otros van corriendo porque llegan tarde y también vemos que hoy es el día en que están dos personas responsables del Equipo de Orientación. Ellas andan con paso decidido, nosotros también. Hoy es un día de examen, hoy es un día de valorar, hoy también es un día de decidir, de clasificar y pienso la suerte que tienen los demás que no tienen que hacer ese examen. Pienso que todos tenemos capacidades diferentes y quizá todos tendrían que pasarlo o quizá, ninguno… Eso sería más justo.

Nos ponemos en la fila, Marcos nos da un beso y corre a la suya. La puerta se abre, te alejas de mí con una sonrisa preciosa y entras en el colegio.
Suerte, Lucía, que de eso se trata, el futuro de tus próximos años se puede terminar de decidir un día como hoy o quizá esté decidido hace tiempo…
Te quiero mucho.

Belén Jurado, madre.

El examen de Sara

La tutora de Sara me ha mandado esta foto , no creo que ella sepa la ilusión que me ha hecho , os tengo que reconocer que he llorado de emoción. Sé que Sara haciendo el examen, separando su mesa, tan concentrada, se ha sentido feliz , no hay nada que le haga tan feliz como sentir que es una alumna más. Algo que es lo que deberían sentir todos los alumnos pero que no siempre es así .

Muchas gracias, María Ángeles.

Gloria Chacón