Cuando la vida me puso por delante el reto de dirigir un centro educativo, nunca pensé que
supondría para mí una metamorfosis tan grande, tanto en lo personal como en lo profesional.
Lo que a priori parecía un camino fácil porque llevaba muchos años en el centro como maestra
(los últimos perteneciendo al equipo directivo), no lo fue tanto cuando entendí que no era
suficiente con estar y cumplir, sino que era necesario trabajar cada día por seguir mejorando. En cualquier centro este punto es importante, pero en algunos es imprescindible.
El hacia dónde dirigir mi proyecto no fue una decisión que se forjara de la noche a la mañana,
sino que fue fraguándose a lo largo de los años, en los que la vida, afortunadamente, me ha
ido poniendo en el camino a personas que han hecho que dirija la mirada hacia la dirección
correcta.
Han sido personas de diferentes ámbitos; docentes, orientadores, PTSC, familias, alumnado…
Todas, despertaron la curiosidad que hizo que empezara a leer y a querer formarme para
poder ofrecer a mi centro (alumnado y familias) la educación que se merecen. Una educación
que no excluya a nadie, basada en una pedagogía de máximos, donde todos y todas aprenden
lo mismo aunque de diferente manera.
Y ahora mismo, veo tan claro cuál es el camino, que no entiendo cómo puede haber personas,
y aun peor, docentes, que no contemplen la escuela como un lugar compensador de
desigualdades, sea cual sea el origen de la misma (social, físico, económico, psíquico…) . Eso
debe dar igual. Una vez que el alumno o alumna traspasa las puertas de un centro educativo
debería desaparecer de un plumazo todo aquello que le impide aprender y desarrollarse en todos los ámbitos de su vida.
Y es responsabilidad de los docentes y de la administración educativa arbitrar todas y cada unade las medidas necesarias para hacer de este hecho una realidad en todos y cada uno de los
centros.
Entiendo perfectamente a las familias que tienen miedo a escolarizar a sus hijos e hijas en los centros que ahora llamamos “ordinarios” (y que espero que algún día sean llamados “centros
educativos” a secas). Las entiendo porque ahora mismo no estamos preparados ni docentes, ni
centros, ni administración, para atender todas las necesidades que demandan, pero la lucha,que será larga, debe de ir en esa dirección.
No es una cuestión de preferencias, es una cuestión de DERECHOS.
Como muy sabiamente decía Don Quijote, “Cambiar el mundo, amigo Sancho, no es locura ni
utopía, sino justicia”
Cecilia