Soñando septiembres

Ni miradas esquivas, ni silencios que duelen. Poder entrar en la escuela o en el instituto pisando fuerte y no de puntillas, con miedo a provocar reacciones que aumenten la trinchera de la exclusión.
Sin tener que soportar excusas como si fueran argumentos.
Sin tener que demostrar.
Sin que se dé por hecho que nuestro espacio posible es el fracaso.
Sin sentirme juzgada.
Sin que se cuestione mi inteligencia y mi objetividad.
Sin sufrir la crispación que me invade cuando le llaman utopía a la equidad.
Sin escuchar que si hay 20 niños más en el aula, el mío es el problema.
Sin tener que vigilar que tenga los apoyos necesarios, pero que esos apoyos no se conviertan en una sentencia de muerte social.
Sin tener que esforzarme para no parecer culpable.
Sin tener que formarme en metodologías activas y universales, para convencer a los docentes de que SÍ se puede.
Sin tener que desmenuzar los estándares de aprendizaje y los criterios de evaluación sobre la mesa de mi cocina, para ver cómo podemos sortearlos con el mínimo impacto emocional.
Sin morderme la lengua cuando se me sugiere que nuestras legítimas demandas perjudicarán al resto de los alumnos.
Sin tener que fingir que no me hieren las escasas expectativas que hay para nosotros en ese centro.
Sin tener que empezar de nuevo, cada curso, porque los docentes con más puntuación esquivan impunemente justo esa clase que parece tener una diversidad más manifiesta.
Sin temblar de rabia, cuando un equipo directivo llama “graves dificultades” (de un/a alumno/a) a lo que son graves negligencias para atender a determinados alumnos/as, que también tienen (o deberían tener) un proyecto educativo
Sin que se me tache de quejica o de tener la piel muy fina, cuando solo aspiro a tener la oportunidad.
Sin perder la calma cuando me dicen que mi hijo/a“ estaría mejor” estando aparte, A un lado de aprender, de comunicarse, de vivir. En los márgenes de las aulas y del patio.
Sin esta presión feroz que se instala en mi pecho cada agosto, hecha de miedo y dolor.
Sin tener la horrible sensación de que no se nos espera con ilusión, sino por imperativo legal.
Sin escuchar la voz en off.
Sin escuchar la voz en off…
¿Podéis, los docentes, ver esta realidad? ¿Tenéis entre vuestros objetivos acoger a estas familias que tienen un hijo/a distintamente capacitado/a? ¿Les daréis la mano?
Ese sería mi septiembre soñado. Sólo poder entrar al centro educativo pisando fuerte. Como una familia más, con la misma ilusión y esperanza.

Luluxa López